Teodoro García Egea. mano derecha de Casado, a Arenas: «Javier, tu aparato se desploma»

El ensordecedor ruido de aviones, dada la proximidad del hotel al aeropuerto madrileño de Barajas, ha sido el único en esconder un poco ese otro zozobrar sonoro: el de un partido dividido, salpicado por rumores, corrillos, llamadas y noticias falsas que inundaron bajo un manojo de nervios el congreso del Partido Popular.

El duelo entre la dama del abanico y el chico de sonrisa americana se ha saldado con el triunfo de Pablo Casado Blanco, abanderado de las esencias ideológicas y tras una noche escarpada que un avezado barón territorial define como de «dardos envenenados». Si uno te lanzaba un mensaje, llegaba otro aún más radical, dicen ahora varios compromisarios con la papeleta del voto cumplida. Pasado el trago, al margen de los líderes en primera fila, algunos escuderos se fajaron a fondo. Entre ellos sobresalen el veterano «halcón» andaluz, ahora derrotado, Javier Arenas Bocanegra, y el emergente murciano Teodoro García Egea, triunfador y mano derecha del ya nuevo presidente del PP

Nada tuvo que ver, ni por asomo, este cónclave popular con todos los del pasado. Un PP por vez primera sin jerarquía, a cara descubierta, con un Mariano Rajoy en las aceras de la historia, en medio de una neutralidad ficticia. Al margen de su calculada neutralidad, todo el mundo comentaba por los pasillos dónde y con quién estaba su corazón. «Eso no se lo dice a usted ni el propio Rajoy», le espetó Alberto Núñez Feijóo a un periodista ante la pregunta por sus preferencias.

El gesto frío, casi gélido, con que el ex presidente saludó al líder gallego no pasó desapercibido, como prueba de que en esta ocasión, a Rajoy sí le habría gustado un paso adelante. Pero Feijóo, de cuyos motivos para no mojarse se hablará algún día, decidió enrocarse en la distancia. Como otros muchos «barones» que esta vez no obedecían consignas de nadie, ni siquiera del «aparato» en desbandada, ya muy claro tras el resultado de las votaciones.

Excepcional Juan Vicente Herrera, señor de Castilla, recio y sobrio como su tierra, quien muy crítico en otros tiempos contra Rajoy, fue el primero en pista de salida y denunció llamadas intencionadas: «A mí ya no me tocan más las narices», dijo en la noche del viernes durante una larga cena con los suyos en un asador burgalés en las afueras de Madrid. Ha sido este el Congreso del litigio, de la lucha cuerpo a cuerpo entre Soraya y Pablo pero sobre todo, entre sus equipos pertrechados en la batalla mucho más que ellos mismos. «La pugna entre ministros nos trae al pairo», advertían varios compromisarios ante tanta foto de altos cargos «rajoyistas» ahora alienados en las filas de la todopoderosa señora del gobierno y el espadachín del partido. La gran preocupación de todos era la imagen de división, el resultado apretado, la incertidumbre del futuro. «Menos pañuelos de lágrimas y más moral de victoria», sentenciaban muchos ante la emotividad necesaria, pero transitoria. El PP, en estado puro, necesita España, bandera, himno, familia y raíces ideológicas. Mucha emoción en los corazones, pero también esa moral triunfante, esa nueva esperanza del partido que mejor ha gobernado esta Nación, con mayúsculas. Unas esencias perdidas para recuperar al hijo pródigo hoy descarriado.

La batalla del teléfono fue de traca. Y bastante definitiva, según fuentes muy cercanas que lo vivieron en directo. Hasta en una ocasión se cruzaron la línea el «halcón» veterano, incombustible Javier Arenas, y el joven Teodoro García Egea, el murciano pianista, campeón de tiro de aceituna mollar en su ciudad natal de Cieza. Arenas dirigió la artillería de Soraya con la experiencia implacable del aparato.

Teodoro la puntería de Pablo como las olivas recién maduras. Uno y otro le dieron tanto al móvil que las llamada saltaban por error, muestra de estos dos días de batalla trepidante. «Perdona Tedoro, me he equivocado», le dijo Arenas al filo de las tres de la madrugada al joven «pablista». A lo que este le replicó: «Sin problema Javier, pero tu aparato se desploma». Mentideros, los hubo, y desmentidos también. «Oye, que a mí me ha llamado Mariano», decían algunos sabidillos con ganas de convencer con el locuaz García Margallo. «Eso no te lo crees ni tú», replicaban otros ante tal mentirijilla piadosa. Al final, los compromisarios a lo suyo: «Vivo en Ceuta, y a mí me interesa España», decía en el bar del hotel madrileño un farmacéutico ceutí con la bandera española en su corbata.

Algunos de la candidatura «sorayista» recordaban aquel otro congreso en el que un ignoto Antonio Hernández Mancha le ganó al brillante Miguel Herrero de Miñón. La esperanza duró poco y Mancha se diluyó como azucarillo en el café. Este episodio fue invocado por el equipo de Arenas, pero los «pablistas» reaccionaron de inmediato: «No hay comparación, Arenas es un perdedor del café añejo y Pablo es el espejo adecuado frente a Pedro Sánchez». La batalla ha sido enorme y, al filo de la madrugada, en un local de la calle Zurbano próximo a la sede del PP en Génova trece, un grupo de «pablistas» abanderados por la nueva musa catalana, ahora a tener en cuenta en la nueva dirección del partido, Andrea Levy, hacían sus análisis: la gente quiere recuperar el espíritu del centro-derecha, fuera complejos frente a la izquierda radical de Pedro Sánchez, un potente relevo generacional y firmeza frente a Cataluña.

En esa noche de dardos de unos contra otros, como análisis de los compromisarios, «les ha faltado olvidarse de los suyos». Es el gran reproche que le hacen a una mujer tan valiosa como Soraya Sáenz de Santamaría, aireada en Andalucía por Javier Arenas y sobre todo por Fátima Báñez, a quien acusan de «pura fachada» en ciudades andaluzas que, con otra mayoría silenciosa liderada por Juan Ignacio Zoido y el llamado «clan de los sevillanos», se han sabido imponer contra todo pronóstico. En la noche de los «cuchillos largos», Arenas y los suyos pudieron comprobar que la gente miente antes de emitir su voto y que, humanamente, algunos no pagan traidores y olvidos. «El sillón de ministros ha sido negativo», dicen desde las bases.

Cumplido el trámite del histórico Congreso, el varapalo a una parte del aparato, con Fernando Martínez Maillo andando un poco deambulante por las esquinas, y la venganza de María Dolores de Cospedal, tarde y agria pero contundente, es evidente. «Hemos votado entre Hillary Clinton y Macron», decían algunos veteranos barones territoriales. La rubia dama se quedó en puertas y el joven francés llegó a presidente. Según este líder regional, gallego por más señas, puede ser una buena premonición. Meigas, haberlas, haylas.

Fuente: La Razón

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