Como un esperpento surrealista en el que la situación cambia por minutos. Así definen el espectáculo grotesco acaecido en el Parlament de Cataluña, mientras el fugitivo Carles Puigdemont sigue moviendo los hilos desde Bruselas. La llamada corte de Waterloo, liderada por la consejera de Presidencia, Elsa Artadi, y el vicepresidente de la Cámara, Josep Costa, antepone con exigencias sus tesis. Según fuentes de este grupo, al filo de la medianoche del pasado jueves el ex presidente catalán mantuvo una larga conversación con su sucesor, Quim Torra, en la que ni mucho menos bajó la guardia. Enrocado en sus derechos como diputado, que se niega a camuflar bajo esa ilegible fórmula pactada por Junts x Cataluña y Esquerra Republicana al margen de los letrados, Puigdemont impone su propia ley, marca las pautas de la desobediencia y rechaza de plano una rendición: «No me iré como un cobarde», le aseguró rotundo a Torra, a quien muchos soberanistas ven debilitado, sin rumbo fijo y casi a punto de tirar la toalla.
Los planes del prófugo de Bruselas están claros. Según su entorno quiere un partido a su medida, fruto de la profunda división en el seno del PDeCAT tras la salida de la coordinadora general, Marta Pascal. «Un partido a sus órdenes que le perjudique los menos posible hasta el juicio en el Supremo», admiten estas fuentes. Ello pasa por debilitar el PDeCAT en virtud de la Crida Nacional, su nueva marca electoral en la que pretende aglutinar alcaldes y cargos locales del independentismo. Marginar todo lo posible a Esquerra Republicana, con Oriol Junqueras en la cárcel y su cúpula descabezada, y vigilar muy de cerca a Quim Torra, de cuya fortaleza y salida imprevisible no se fía del todo. Por ello, Puigdemont activa a tope a sus dos «halcones», Josep Costa y Elsa Artadi, potenciado a esta última como posible nueva presidenta de la Generalitat, aunque algunos la acusan de «ir por libre». La imagen de un acuerdo dentro del soberanismo es pura farsa.
La fractura es enorme y, curiosamente, puede beneficiar a Pedro Sánchez. Si finalmente los diputados del PDeCAT en el Congreso aprueban los Presupuestos del presidente del Gobierno, este agotará la Legislatura. Pero si sucede lo contrario, Sánchez tendrá la excusa perfecta para adelantar las elecciones culpando claramente a los separatistas. «Nuestra división le favorece», reconocen los soberanistas incapaces de llegar a acuerdos entre ellos mismos. La fragilidad es tal que algún dirigente lo expresa con pesadumbre: «La política catalana está en manos de pitonisas». En efecto, nadie sabe lo que va a pasar a cada minuto, que puede ser una cosa y la contraria, con dotes de adivinos. La escandalosa sesión del jueves reveló a un Torra descontrolado, a ERC descolocada, al presidente del Parlament, Roger Torrent, aturdido, y al «brazo armado» de Puigdemont manejando los hilos con teléfono constante hacia Bruselas.
El fugitivo recibió el varapalo del Tribunal de Estrasburgo contra el «procés» en Amsterdam, dónde pronunciaba una conferencia. Lejos de amilanarse contactó con Josep Costa, un radical de su máxima confianza, para comunicarle que jamás renunciará a sus derechos como diputado. «Ni suspendido, ni sustituido», se reivindicó frente a las directrices del juez Pablo Llarena. Advirtió también a Pedro Sánchez que «es presidente gracias a nuestros votos», en clara amenaza para retirarle su apoyo en el Congreso, y trató de insuflar ánimos a los suyos en medio de un galimatías parlamentario que roza el desacato y colapsa de nuevo el Parlament. El informe negativo de los letrados dejó con la boca abierta al neoconvergente Eduard Pujol y al republicano Sergi Sabría, encargados de dar la cara ante los periodistas. «Se quedaron demudados», dicen algunos presentes. El caos era monumental, mientras el presidente del Parlament, el también republicano Roger Torrent, escurría el bulto a duras penas. «Este no quiere ser Forcadell», dicen sus allegados ante su temor de acabar en la cárcel como su antecesora.
Carles Puigdemont no quiere, por el momento, unas elecciones autonómicas. Al menos, hasta que consolide su purga en el PDeCAT y en el grupo parlamentario del Congreso, dónde manda otra de sus «halconas» de confianza, Miriam Nogueras. Si se mantiene el calendario, con la sentencia del Tribunal Supremo alrededor del mes de marzo, el victimismo está servido. Aunque nadie se atreve a pronosticar acontecimientos por la falta de estrategia política conjunta de los soberanistas. «Hay demasiadas cuentas pendientes», reconocen en la corte de Waterloo, como los recelos entre Puigdemont y Oriol Junqueras, entre Roger Torrent y Josep Costa, y la brecha enorme entre Junts x Cat y ERC. «Estamos a la greña», admiten ellos mismos. Por ello, Puigdemont desea ganar tiempo y confeccionar un partido a su imagen y semejanza que le favorezca judicial y electoralmente.
El núcleo duro de Puigdemont marca la dinámica en medio de brutales enfrentamientos en el bloque independentista. La salida de la coordinadora general del PDeCAT, Marta Pascal, fue la primera mecha de un fuego que el fugitivo se encarga de atizar desde Bruselas. En el PDeCAT aún recuerdan la bronca «de arañazos» que mantuvieron Elsa Artadi y la propia Pascal antes de su dimisión, lo que revela la gran división interna. De momento, la situación sigue bloqueada, el Parlament cerrado y en el Palau de la Generalitat se vive no ya al día, sino a horas. El llamado «torrentazo», o sea el ultimátum al Gobierno de Sánchez, ha levantado ampollas en el soberanismo, sobre todo en Esquerra, porque da alas al presidente del Gobierno y sirve de escudo a Puigdemont, que vuelve a ganar tiempo. «Mientras Puigdemont aguante no hay nada que hacer». Así se expresan dirigentes del PDeCAT y ERC, críticos con el fugitivo y el tiempo muerto que vive Cataluña. La rendición, Carles Puigdemont ni se la plantea. Y si Torra decae, ya tiene repuesto en Artadi. En palabras de personas de su entorno: «El president muere matando».
Fuente: La Razón