Torra y ERC se han conjurado para mantener el Gobierno hasta que el Tribunal Supremo no dicte sentencia contra los presos y fugados separatistas. El presidente catalán, junto a Puigdemont, consideran que una sentencia negativa les dará réditos electorales porque podrán enardecer a sus votantes. Sin embargo, se antoja casi imposible el cumplimiento de este pacto porque el presidente catalán y «la mano que mece la cuna», Carles Puigdemont, necesitan hacer gestos que les garanticen mantener su liderazgo en el convulso movimiento independentista hasta una hipotética convocatoria electoral. Unos gestos que el plan de Torra sitúa en volver a poner sobre la mesa las leyes de desconexión con dos objetivos: poner contra las cuerdas a ERC para mantener el liderazgo en el movimiento independentista y obligar al Ejecutivo de Sánchez a tomar medidas en contra el proceso separatista que serían consideradas «como un ataque más a la libertad de Cataluña».
En estos meses, Torra debe apuntalar su hoja de ruta «implementando» la República impulsada por el Parlament y el Consell de la República, como reza la carta fundacional de la Crida per Catalunya, forzando a ERC a supeditarse a esta estrategia y, si se niega, ser presentada como la gran traidora. La situación no es fácil porque los republicanos, liderados por Oriol Junqueras, apuestan por gobernar, negociar con el Gobierno de España, redefinir la estrategia del independentismo, ampliar su base social y huir de aspavientos y gesticulaciones. Justo lo contrario por lo que aboga Puigdemont y su marioneta en el Palau de la Generalitat.
La operación Torra se ha puesto en marcha. El Secretariado de la ANC reunido este sábado marcó la línea roja: si el Gobierno no se mueve hacía la República, les retirará su apoyo. Es más, la ANC avisa: si el Ejecutivo de Torra no está dispuesto a desobedecer, que dé un paso al lado. Un claro mensaje a ERC y al propio PDeCAT, y a los miembros de JxC que se mantienen en la ambigüedad. La posición de la ANC coincide con los argumentos del gurú de Puigdemont, Agustí Colomines, que en sus artículos lanza la misma idea: el que no aguante la presión que se marche, un «remake» de lo sucedido meses antes del referéndum del 1 de octubre en el Gobierno de Puigdemont que dejó a varios consellers en la estacada. En definitiva, en palabras de un dirigente independentista crítico: «No hay voz para los que ellos llaman traidores», que hoy se personifican en ERC y PDeCAT, que dieron la espalda a Torra en su ultimátum a Sánchez.
Además, el calendario no acompaña para consolidar al Ejecutivo. Mañana se reanudará el pleno que pondrá a prueba los acuerdos sobre el papel de los diputados sancionados, que casi llevó al Gobierno a la ruptura. Ahora Roger Torrent, presidente de la cámara, se enfrenta a una desobediencia si no cumple el auto del juez Llarena. Tanto el Gobierno Sánchez como el Tribunal Constitucional han avisado de que estarán atentos a los movimientos parlamentarios. El jueves 12 de octubre, Día de la Hispanidad, la Crida se constituye como partido político, aunque aceptará «la doble militancia» –para dar una cierta tranquilidad a un PDeCAT reacio a disolverse– y el día 27, el aniversario de la proclamación no nata de la República Catalana y de la aplicación del 155, se pondrá en marcha la nueva organización, con la gesticulación y algarabía consiguiente.
Por tanto, Torra realizará gestos que pondrán a prueba el aguante de ERC. La ANC, junto a CUP y los CDR apremian, y Torra sabe que sin ANC y CDR la Crida no es más que un puñado de holligans de Puigdemont. Y también pondrá a prueba a un PDeCAT que, en privado, amaga con la ruptura por el malestar del movimiento municipalista, donde el partido retiene su único poder, si Torra y Puigdemont fagocitan al partido en el seno de la Crida. El presidente catalán tiene una doble presión: por un lado, los que quieren avanzar la ruptura –ANC, CDR, CUP, los sectores más cercanos a Puigdemont y los firmantes del manifiesto Gente de Izquierdas con la Crida, abanderados por la ex socialista Marina Geli o la ex diputada de Podemos, Àngels Castells– y, por otro, los que apuestan por un discurso independentista sólido, rehacer la estrategia y repudiar aventuras ante las nuevas citas electorales –ERC, Òmnium Cultural y PDeCAT–.
Con este escenario, mantener la unidad se antoja un oxímoron, un imposible, teniendo en cuenta además la actitud y las formas de Torra que no dudará, como ya adelantó este diario, en llevar a primera línea las leyes de desconexión. Si ERC se niega, la Crida se presentará como la genuina representante del independentismo. Si no se niega, el órdago al Estado será una evidencia y pondrá de nuevo a Puigdemont en el tablero político. Todo indica que el presidente catalán llevará las leyes al Parlament durante el mes de noviembre, poniendo toda la presión a la Cámara catalana, aunque también podría firmarlas como presidente, asumiendo las consecuencias en primera persona. Con este escenario, el pacto entre Torra y ERC parece que tiene los días contados porque lejos de apaciguar, Torra tiene intención de buscar la tensión para dar pábulo a la estrategia de Puigdemont, convertirse en mártir, y garantizar el dominio de la Crida sobre ERC en el mundo independentista.
Fuente: La Razón