Estrenado el otoño desarrollamos una adicción durante la visita a un colmado de confianza. La visión del escaparate parece premonitoria de un futuro advenimiento gustativo. Al pisar el interior del ultramarino navegamos en un océano delicatessen, de materia gourmet, dónde bulle un mar de productos multitudinario.
Nos sumergimos con plena felicidad. Los ultramarinos, concebidos como ágoras gastrónomas dónde el cliente interactúa en busca de productos deseados, al explorar las estanterías que componen un mosaico con una extensa iconografía (des)conocida.
Una simple visita es una declaración de principios delicatessen. Un crisol con marcas tan volátiles como asentadas. La compra se convierte en una epopeya visual. Nos dotamos de mirada propia «de ese no, de este» que aumenta el sentimiento de pertenencia al universo gourmet.
La alta charcutería merece toda nuestra atención. Surtido de jamones perfectamente jerarquizados donde la calidad funciona de forma innata. Miramos de soslayo al mostrador cinco jotas, se filtra una lágrima ibérica. Nuestra atención se encamina hacia una degustación imperiosa de jamón ibérico que no queda arrinconada por las cifras. A cuanto el kilo…Vale. Bendito sacrificio.
Cuando las latas de atún se asoman, desde la estantería, cumplen su designio culinario ser las conservas más influyentes y excelsas. El destino de la anchoa discurre por otros derroteros. «Son de Santoña, no de Bermeo, pero son estupendas». Nos argumentan. Como sucede en el amor, también en la gastronomía conservera un clavo saca otro clavo. Máxima solemnidad y expectación mientras nos deletrean el origen. Los destinatarios de este maná conservero no simulan la satisfacción.
El ejército de quesos representa un maremoto lácteo pasteurizado, con miles de matices y sabores. La memoria gustativa no da abasto. Los salazones y ahumados esperan que los descubramos, cansados de esperar, nos encuentran bajo la batuta de la universal mojama, hueva y lomos de sardina ahumada. Hay sentidos de pertenencia a un producto que no conseguimos explicar.
Desde el mostrador predican las bondades del producto mientras comienza a fecundarse la compra compulsiva. El cliente asimila las recomendaciones. No es momento de coloquio, sino de pedagogía. Clientes y tenderos de talante y gustos diferentes con un objetivo común estimular los paladares.
En tiempo de las omnipresentes marcas blancas los ultramarinos son, por derecho propio, los verdaderos guardianes de la marea delicatessen. En una época dónde el afán gourmet y la paranoia gastrónoma muchas veces se mezclan, crece la feliz tendencia a compaginar productos y marcas sin monitorizar la compra habitual en los omnipresentes supermercados.
Los ultramarinos actuales son un volcán gourmet que expulsa lava delicatessen. Su influencia y jerarquía gastronómica son incontestables como reserva espiritual de los clientes que tienen diagnosticada una tolerancia a determinadas marcas. No se trata de un innecesario sibaritismo. Motivos no faltan.
Source: Comunitat Valenciana