Valencia andaba despistada; miope para ver oportunidades que aprovechaban otras ciudades bañadas por aguas benévolas y algo vaga para darse la vuelta y mirar al mar que la hizo rica hace siglos. Valencia era muy de provincias hasta que alguien le quiso quitar complejos y hacerla capital del Mediterráneo, «ponerla en el mapa» y en las revistas de papel cuché. Ella se vio bella y se sintió querida; el foco de atención.
Sus playas, libres ya de jeringuillas y de garitos de la Ruta del Bacalao, se sembraron de locales con platos de paella a trece euros y gin- tonics de diseño. En el pantalán de su dársena atracaban yates de seis ceros y Prada ya no era solo una marca de lujo, sino un barco con posibilidades de ganar la Copa América y la organizadora de la fiesta con más «glamour» que ha visto esta ciudad.
Pero la capital se levantó de su sueño de una noche de verano con una resaca de más de 400 millones de euros, que era los que les debía al Estado por el crédito que permitió hacer realidad la Marina Real Juan Carlos, escenario de todos aquellas maravillas.
Desde entonces, y ya van seis años, hasta ahora, la zona marítima más turística se ha visto abocada a las idas y venidas de los Gobiernos que la mantienen y que aún siguen sin llegar a un acuerdo para que su futuro tenga el mismo esplendor que su reciente pasado.
Hace unos días, la Generalitat y el Ayuntamiento del tripartito acusaban al Gobierno popular en funciones de «boicotear» la dársena y de «ningunear los intereses» de los valencianos, al tiempo que le exigían la condonación de la deuda para hacer de esta infraestructura una alternativa turística y de innovación «viable».
Source: Comunitat Valenciana