VOX se equivoca de estrategia

Sólo desde la voluntad deliberada de dinamitar el cambio político en Andalucía puede entenderse el pliego de condiciones que ha presentado VOX para ceder sus votos al candidato popular, Juan Manuel Moreno Bonilla, a la presidencia de la Junta. En esencia estamos ante una propuesta de máximos, netamente ideológica, que ni Ciudadanos ni, por supuesto, el Partido Popular pueden aceptar, entre otras cuestiones, porque dibujan un escenario sectario y excluyente, tan inconveniente e injusto como el que plantean las formaciones de la izquierda en referencia al partido que preside Santiago Abascal. Muchas de ellas son, además, los mismos brindis al sol de los partido populistas, vendedores de remiendos fáciles a problemas que afectan gravemente a amplios sectores de la población. Ni podemos estar de acuerdo con los malos gestos, despreciativos de unos votos tan legítimos como válidos, de los representantes del partido naranja hacia VOX ni podemos aceptar, desde la mínima lógica política, esta trágala, fuera de cualquier racionalidad. Con todo, lo peor no es que se planteen cambios legislativos que están fuera de las competencias de la autonomía andaluza o que, directamente, son contrarios a las normas constitucionales, lo más preocupante es la sensación de que sus dirigentes se arrogan como la única aduana moral, en la exacta misma medida que lo hace la extrema izquierda. Se argüirá que, al fin y al cabo, nos hallamos simplemente ante el programa electoral con el que VOX se presentó a las elecciones andaluzas, pero es un argumento de perogrullo, puesto que nadie puede pretender que el voto del 10,97 por ciento de los electores, por muy decisivos que resulten en la aritmética parlamentaria, se imponga por derecho propio. Sabe perfectamente el secretario general del VOX, Javier Ortega Smith, que con su documento deja al Partido Popular sin más opción que el rechazo, sin que sea fácil, además, adivinar que ventaja política puede obtener su partido de esta estrategia, salvo que crea que una repetición electoral servirá para mejorar sus resultados, hipótesis problemática que nadie puede asegurar. Porque si detrás de este paso sólo hay tacticismo, es decir, la sobada técnica de negociar desde un maximalismo que, luego, se rebaja, Javier Ortega puede encontrarse con el rechazo de unos votantes que, no hay que dudarlo, creen que es posible darle la vuelta al Estado de la autonomías como a un calcetín, con la sola fuerza del voluntarismo. Sin duda, hay aspectos en el programa de VOX, especialmente los relativos a la racionalización del gasto público, reducción de la presión fiscal, apoyo a las familias y a la desideologización de la Junta, que podían ser perfectamente asumidos por el Partido Popular e, incluso, por Ciudadanos, pero, ya decimos, es absurdo querer llevar a estos partidos a un extremo político del que nunca han formado parte, dando pábulo, de paso, a las descalificaciones de la izquierda. Lo que primordialmente han votado los andaluces es el cambio en una región que ha estado gobernada durante 36 años por el PSOE y que tiene graves problemas propios, fruto de una gestión nefasta y de una manera patrimonialista de entender la política. Muchos ciudadanos no entenderán que VOX, en aras de cálculos electorales en el resto de España, frustrara con su intransigencia las expectativas que las urnas han abierto en Andalucía. Porque lo que se trata es de gobernar una autonomía, de las más importantes de la Nación, es cierto, y no de tomarla como rehén de unas pretensiones de reforma del Estado que, como otras de igual calado, exigen el cumplimiento de las normas previstas en la Constitución y, por supuesto, un consenso mayoritario que, de momento, parece lejano.

Fuente: La Razón

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